Anticipación
Estoy esperando en casa.
Sé que me vendrá a buscar dentro de dos horas.
No he descuidado ningún detalle. Ni la falda, ni el liguero, ni el vello, ni el perfume. Me miro en el espejo, recorro mis curvas con las manos. Sé que en unas horas serán las suyas las que hagan esos mismos gestos. Eso me excita. Imaginar esas manos que he tocado, que he mirado, que he imaginado tantas veces acariciar otros cuerpos sobre el mío.
Sé que me llevará a cenar, que la conversación se hará, poco a poco más íntima, más morbosa. Llegaremos a los postres y me propondrá ir a un sitio oscuro, a tomar una copa, pero yo sé que no es sólo para eso, me llevará a un local lleno de lujuria, de suspiros, de gemidos, de sexo.
Nos sentaremos en la barra, o en un sofá, en la penumbra, donde las palabras bajan de tono, las manos empiezan a perderse bajo la ropa, y las lenguas no sólo sirven para hablar.
Seguramente estaré tensa, nerviosa, y él, como buen acompañante, se dará cuenta, y me propondrá un jacuzzi o una ducha o un masaje, cualquier cosa con tal de que me relaje y me dejaré hacer, como una niña buena.
Después nos secaremos y, ya desnudos, iremos al reservado.
Tiemblo con pensar lo que pasará. Cómo pasará. Dónde pasará. Cómo será el roce de sus labios en mi piel, con qué caricia logrará sorprenderme, cómo será su miembro, qué sentiré cuando, rendida, caiga a sus pies suspirando por sentirle entre mis piernas, cómo me hará gemir y suplicar, con qué ansia morderá mi cuello, respirará mi piel, se hundirá entre mis pechos.
Sigo esperando. Quedan cinco minutos para que llegue. Sólo cinco minutos.
Cuatro.
Tres.
Ha llegado. Está aquí. Esta noche. En mi puerta. Ha llegado.
Podeis leer mas relatos de ella en http://losbajosfondosdemordor.blogspot.com/
Estoy esperando en casa.
Sé que me vendrá a buscar dentro de dos horas.
No he descuidado ningún detalle. Ni la falda, ni el liguero, ni el vello, ni el perfume. Me miro en el espejo, recorro mis curvas con las manos. Sé que en unas horas serán las suyas las que hagan esos mismos gestos. Eso me excita. Imaginar esas manos que he tocado, que he mirado, que he imaginado tantas veces acariciar otros cuerpos sobre el mío.
Sé que me llevará a cenar, que la conversación se hará, poco a poco más íntima, más morbosa. Llegaremos a los postres y me propondrá ir a un sitio oscuro, a tomar una copa, pero yo sé que no es sólo para eso, me llevará a un local lleno de lujuria, de suspiros, de gemidos, de sexo.
Nos sentaremos en la barra, o en un sofá, en la penumbra, donde las palabras bajan de tono, las manos empiezan a perderse bajo la ropa, y las lenguas no sólo sirven para hablar.
Seguramente estaré tensa, nerviosa, y él, como buen acompañante, se dará cuenta, y me propondrá un jacuzzi o una ducha o un masaje, cualquier cosa con tal de que me relaje y me dejaré hacer, como una niña buena.
Después nos secaremos y, ya desnudos, iremos al reservado.
Tiemblo con pensar lo que pasará. Cómo pasará. Dónde pasará. Cómo será el roce de sus labios en mi piel, con qué caricia logrará sorprenderme, cómo será su miembro, qué sentiré cuando, rendida, caiga a sus pies suspirando por sentirle entre mis piernas, cómo me hará gemir y suplicar, con qué ansia morderá mi cuello, respirará mi piel, se hundirá entre mis pechos.
Sigo esperando. Quedan cinco minutos para que llegue. Sólo cinco minutos.
Cuatro.
Tres.
Ha llegado. Está aquí. Esta noche. En mi puerta. Ha llegado.
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